La ciudadanía de la lectura (Fernando Iwasaki)

MI PRIMER CARNÉ de biblioteca lo solicité a los 9 años y tiene delito que no lo conserve, con lo cachivachero que soy. Sé que aquel documento no me acreditaría como lector, pero establece una fecha que para mí sería más simbólica que la de mi primer carné de conducir, pues debo admitir que la primera vez que me puse al volante del coche de mi padre, tampoco tenía carné. Sin embargo, en los recuerdos más remotos de mi infancia limeña siempre estoy leyendo y dibujando, lo que le daría un valor especial a mi primer carné de biblioteca.
En La huerta del Edén (1996) Antonio Muñoz Molina incluyó un bellísimo artículo titulado «Elogio laico de la biblioteca», donde escribió rotundo: ‟A mí una biblioteca me conmueve más, con perdón, que una caseta de feria, y el día del libro me parece más importante que el del martes de carnaval, y no veo por qué ha de ser más solemne o respetable el día de la primera comunión que el de la primera vez que un niño adquiere la ciudadanía de la escuela y de los libros”. Aquella columna de Antonio publicada en la edición andaluza de El País fue toda una epifanía para mí, pues desde entonces me propuse ir todos los sábados a leer con mis hijas a la antigua biblioteca pública de la calle Alfonso XII, para convertirlas en ciudadanas gracias a esa responsabilidad civil que supone leer con respeto, placer y delicadeza los libros que nos pertenecen a todos. Corrían los días de la primavera del año 1995 y todavía mis hijas se enorgullecen cada vez que se contemplan con 6 y 4 años en aquellos carnés que les dieron carta de ciudadanas antes que tuvieran DNI o pasaporte.
Siempre quise tener una biblioteca porque en las series, lecturas y películas que más me fascinaron de niño me hechizó el esplendor de las bibliotecas. Por ejemplo, aquel Batman sesentero que bajaba a la baticueva por unos tubos que estaban detrás de las estanterías de su biblioteca; en la clásica versión de El planeta de los simios Charlton Heston fue juzgado en una biblioteca por los doctores de la ley, unos orangutanes que atesoraban el primer libro escrito por un simio; cuando el doctor Frankenstein no estaba en su laboratorio siempre estaba leyendo tratados delirantes en la biblioteca de su castillo; Sherlock Holmes resolvía los casos más complicados tocando el violín en su biblioteca victoriana y cuando Peter Cushing encarnaba al profesor Van Helsing, la fórmula para matar a Drácula siempre se ocultaba en una biblioteca. No obstante, la novela que configuró en mi imaginación infantil la imagen más poderosa de una biblioteca fue Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, porque allí descubrí que el capitán Nemo -antes de exiliarse para siempre en las profundidades marinas- formó una biblioteca de doce mil libros que instaló en el salón principal del «Nautilus».
Creo que no es posible exiliarse poseyendo una biblioteca, porque en cierta forma la patria de un humanista son sus libros y sus lecturas. Por lo tanto, ni el capitán Nemo se exilió del todo ni yo me fui del todo del Perú, porque ambos viajamos con nuestras bibliotecas a cuestas. Más bien, los verdaderos desterrados son quienes tuvieron que dejar atrás sus cartas, libros, archivos y manuscritos, huyendo de las guerras, los saqueos y las dictaduras.
Pienso en los libros de Thomas Mann, confiscados por los nazis de su casa de Zürich; pienso en la biblioteca vienesa de Stefan Zweig, quien la imaginó quemada antes de suicidarse en Petrópolis; pienso en Sandor Márai huyendo desolado de Budapest, ciudad de hijos muertos y libros huérfanos. Pero no hace falta buscar ejemplos tan distantes cuando en España podemos evocar la figura de Antonio Machado, abandonando sus escasos libros a lo largo de su itinerario final por Madrid, Valencia y Barcelona; Pedro Salinas huyó de Santander perdiendo para siempre libros, manuscritos y dibujos; Manuel Altolaguirre y su familia salieron de Valencia resignados al destrozo de su fastuosa biblioteca de poeta e impresor; Ramón Gómez de la Serna tuvo que abandonar miles de libros y dibujos en la mítica torre de su casa de la calle Villanueva; Juan Ramón Jiménez ya estaba instalado en América cuando una pandilla de ladrones saqueó su biblioteca madrileña llevándose cientos de cartas, libros y manuscritos que el poeta jamás recuperó; por no hablar de los bombardeos que arrasaron las bibliotecas del poeta Vicente Aleixandre, del novelista Pío Baroja y del pintor Ramón Gaya. No hemos mejorado mucho desde la guerra civil, pues hoy, bombas presuntamente inteligentes han destruido edificios más inteligentes todavía, como la biblioteca de Sarajevo, la biblioteca de Bagdad, la biblioteca de Alepo y cualquier día biblioteca de Kiev. En Chile he conocido cientos de casos de exiliados cuyas bibliotecas fueron trituradas por la policía de Pinochet y el cubano Guillermo Cabrera Infante siempre recordaba agradecido cómo Javier Marías rescató varias piezas de su biblioteca habanera adquiriendo en subastas los libros que le dedicaron al propio Cabrera Infante grandes autores, y que los jerarcas del castrismo vendían al turismo revolucionario.
Sevilla es en sí misma una biblioteca de bibliotecas, desde la Biblioteca Colombina hasta la biblioteca de Abelardo Linares, pasando por las bibliotecas del Rectorado de la Hispalense, de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, de la Academia de Buenas Letras o del Colegio San Francisco de Paula, por no hablar de los libros que atesoran los institutos públicos, los distritos y tantos profesores y escritores como Juan Bonilla, Lola Pons, Jacobo Cortines o Ignacio Garmendia. Pienso en la biblioteca americanista del catedrático Juan Marchena -fallecido hace unos días- y que pronto será trasladada a la Universidad Pablo de Olavide. Me consta que muchos de esos volúmenes fueron adquiridos en Ferias del Libro como la nuestra, porque una Feria del Libro es el mejor lugar para empezar a formar una biblioteca personal, familiar, escolar o institucional.
Las librerías y las bibliotecas son genuinas aulas de civismo, y por eso sería maravilloso que los niños y los adolescentes comiencen a crear su primera colección en la Feria del Libro de Plaza Nueva, para convertirse en ciudadanos a través de la lectura.
Sevilla, 14 de octubre de 2022